La escucha honesta y sincera

Hoy en día hablamos mucho y escuchamos muy poco; escuchar no es lo mismo que oír. Cuando conversamos con alguien, bien sea algún funcionario público, o el trabajador de un local, con nuestros amigos, pareja o familiares, queremos que nos presten atención, que nos miren a los ojos, que sean capaces de seguir el diálogo que entablamos con ellos.

Si en esos momento el interlocutor revisa su teléfono móvil o ni siquiera nos mira a los ojos, rápidamente deducimos que no nos presta atención ni le interesa lo que decimos. Si se trata de un funcionario público, pocas probabilidades de éxito tendré al plantearle una consulta o hacer un requerimiento; si es el caso de nuestra pareja, ese desinterés evidenciará una fractura en la relación que pudiera desencadenar pronto la separación temporal o definitiva.

Los terapistas o quienes se dedican al coaching, plantean que la escucha la realizamos en tres niveles. La primera es muy superficial, donde no escucho; sólo oigo mis pensamientos. Aquí el interlocutor conversa, pero mantiene su propio diálogo interno. En algunas ocasiones te deja hablar o no, el sonido llega a las orejas pero no lo “decodifico”; en otras palabras, no le presto atención.

En la segunda forma me escucho; presto atención a ciertas ideas del interlocutor, pero sólo en parte ya que cada una de ellas genera en la persona un torrente de pensamientos que lo lleven a sumergirse en su propio mundo interior (una especie de introspección). En otras palabras, estoy pendiente de mi propia conversación interna, en vez de lo que cuenta el interlocutor. Aquí hay que estar pendientes de no perder el foco, ya que en muchas ocasiones no escuchamos lo que nos dicen sino lo que queremos oir.

En la tercera forma te escucho; el mensaje y las palabras del interlocutor son importantes, por eso hago el esfuerzo por comprenderlas y seguirlas. Me explico, elijo “esfuerzo” porque mi conversación interior intentará surgir y distraerme para no escuchar al otro, por lo que debo estar atento cada vez que esto suceda y centrarme en el interlocutor. En este nivel existen dos zonas:

  • Escucha activa: Presto atención a los hechos y datos, profundizo en los detalles y todo lo que me quiere contar; pregunto y repregunto con mis propias palabras para saber si comprendí el mensaje del otro.
  • Escucha empática: Además de prestar atención a los datos y hechos narrados, presto atención a las emociones del interlocutor, al lenguaje no verbal, tus valores; intento ir más allá de lo que me cuenta.

En otras palabras; cuando hablamos con alguien, esperamos que nos miren a los ojos, que nos haga preguntas relacionadas con lo que estoy contando, que intervenga para reconducir la historia. La escucha activa no es más que participar e involucrarnos en el tema, ponernos en los zapatos del interlocutor, interesarnos por comprender lo que nos está contando, y de ser el caso, dar nuestra opinión respetuosa si nos la pide. Escuchar es un acto de amor.

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