“No le hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”

Este poderoso refrán mantiene su vigencia inalterable; e invita a preguntarnos ¿Quién o quiénes son los otros? Se trata de una máxima ética conocida como la Regla de Oro. El otro no tiene edad, sexo, origen, orientación sexual, raza ni condición social. El otro es cualquier persona distinta a cada uno de nosotros; no tiene nada que ver con tamaño, contextura, profesión o gustos. En otros palabras, se trata de una persona diferente a mi.

La Regla de Oro ha estado presente en diversas culturas y épocas, incluyendo el confusianismo, hinduismo y cristianismo, donde se exhorta a actuar con respeto y consideración; e implica una reflexión acerca de nuestras acciones y correspondencia para con los demás.

La regla de oro sugiere un enfoque empático que invita a ponernos en el lugar del otro, al considerar cómo nuestra conducta o acciones pueden afectar a las personas causándoles daño o sufrimiento innecesario. En el fondo se trata de un principio ético que busca promover la reciprocidad y el respeto mutuo en las relaciones humanas.

En el hogar, escuela o comunidad resulta imprescindible fomentarla desde la niñez. En las relaciones de pareja, vecindario o en el área laboral constituye la base de la convivencia armónica y prolongada en el tiempo. ¿Cómo te sentirías si recibes el mismo trato irrespetuoso y grosero que le brindas a los demás?

El ejercicio de reflexión e introspección nos invita a “vernos reflejados” en cualquier persona ya que compartimos las mismas emociones y sentimientos. Al respecto vale recordar que nuestro cerebro se compone de neuronas. Recientemente los neurocientíficos han desarrollado conceptos como las “neuronas espejo” las cuales se activan cuando un individuo realiza una acción, o cuando se observa a otro realizar la misma acción.

Estas neuronas son importantes porque están vinculadas con la imitación, empatía, comprensión de los demás y aprendizaje social; por lo que desempañan un rol crucial al permitirnos comprender las emociones de los demás al “simular” sus experiencias en nuestro propio cerebro.

Por la promoción de la empatía y el respeto para la sana convivencia y salud mental.

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