¿Qué valoras más, las palabras o las acciones de las personas?

¿Te ha pasado que la familia o ciertos amigos te reprochen por algo que haces, y que también terminan haciendo ellos? ¿Qué opinión te merece un padre que le dice al hijo “no fumes” mientras sostiene un cigarrillo en la mano? Cuando nuestras acciones van en sentido contrario a nuestras palabras, decimos que es falta de congruencia.

En el campo laboral, familiar, o social, puede ocurrir que nos sintamos incómodos con lo que escuchamos, no porque el lenguaje o el tema sean desconocidos; sino porque existe algo en el discurso que “no nos termina de convencer”. ¿Son las palabras? ¿Es la posición? ¿Será porque dicen algo con palabras, pero a la vez expresan algo diferente con su actitud?

En el liderazgo, y específicamente cuando hablamos de la construcción de una cultura organizacional sólida; resulta fundamental el rol del líder congruente cuyas acciones y palabras se encuentren alineadas en el mismo sentido, que fomente la motivación, el trabajo en equipo, y el compromiso de los colaboradores.

El liderazgo va muy de la mano con la figura de respeto, autoridad y la toma de decisiones. La credibilidad necesita de confianza; un líder puede compartir al equipo un mensaje totalmente veraz, pero sus subalternos pueden llegar al extremo de no creerle ya que la distancia entre lo que dice y lo que hace es diametralmente opuesta.

En el hogar la disciplina respetuosa es fundamental; los niños son los primeros en identificar el abismo que existe entre lo que decimos y hacemos. Nuestras acciones y discurso deben ser cónsonos y estar en perfecta sintonía. Las palabras sin obras no convencen. En el campo del amor, sea de amistades, pareja o vínculo filial, lo tenemos más que comprobado.

 

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