Las sociedades que han padecido guerras, o vivido períodos de violencia extrema, o quienes han sufrido persecusiones, o el horror, amenazas e incertidumbres que surjen de los conflictos armados o migración forzosa, asumen un duelo colectivo por lo acontecido. Las sociedades enferman por las palabras no dichas, por los sentimientos de incomprensión, soledad y angustia. Producto de esta realidad los organismos internacionales han propiciado un amplio debate que tiene como propósito tutelar bienes publicos universales por asociaciones defensoras de derechos humanos, y en general por todas las personas, entidades y gobiernos que intentan mitigar de alguna forma los desastres humanitarios producto de guerras, o desajustes y tensiones propios de la “postguerra”. Cada país debe escoger entre el valor superior de la “paz”, la necesidad de justicia y reparación de las víctimas junto a las garantias de no repetición.
El duelo es un proceso normal mediante el cual la persona elabora una pérdida el representa un período de dolor y sufrimiento afectivo debido a la pérdida del ser amado o la abstracción equivalente. Sin embargo en los casos en los que no existe la certidumbre de la muerte de la persona amada (como en las desapariciones forzadas) donde no se ha podido realizar los trámites funerarios, el duelo se ve obstaculizado porque al hacer el duelo de una persona de la que no se tiene certeza de la muerte, equivaldría a matarlo generando un profundo sentimiento de culpa.
En América Latina el duelo en contextos de violaciones de derechos humanos transcurrieron bajo la doctrina de “seguridad nacional” ejecutados por representantes del Estado con prácticas como la tortura, impedían el desarrollo de proyectos de vida. Estas particularidades dieron pie para desarrollar duelos especiales, duelos congelados, duelo interminable y duelo inconcluso, que imposibilitan la elaboración de la pérdida, prolongando el dolor psiquico de una vivencia traumatica reforzada por la impunidad.