Si bien se ha hablado en años anteriores de la Inteligencia Artificial (IA) con la irrupción y popularización del ChatGPT, los profesionales de distintas áreas y usuarios en general se han interesado en el tema. No sólo tiene aplicación como herramienta tecnológica, sino que pasa a formar parte de la cotidianidad a la que estábamos acostumbrados.
Desde la perspectiva de la salud mental, la IA tiene el potencial de transformar las formas de comprender los procesos neurológicos, las enfermedades degenerativas, a la psicología y las terapias psicológicas, por lo que es imprescindible entender su aplicabilidad y uso ético/responsable.
En relación a las pruebas psicológicas, puede ser utilizada para realizar evaluaciones más rápidas y precisas; es así como los algoritmos de IA pueden analizar enormes cantidades de datos y encontrar patrones que identifiquen un diagnóstico concreto más rápidamente, como por ejemplo en los casos de depresión o ansiedad, y sugerir planes de tratamiento específicos basado en patrones previamente identificados en pacientes similares. Puede ayudar a personalizar el tratamiento para cada paciente; mejorar la eficacia y eficiencia del tratamiento empleado en la terapia psicológica; inclusive los chatbots basados en IA pueden emplearse para la terapia online de aquellas personas que de otra manera no tendrían acceso a un terapeuta.
Hasta ahora hemos abordado las posibles aplicaciones por parte de psicólogos y psiquiatras como especialistas en salud mental; pero, ¿Qué consideraciones debemos tener acerca de quienes la emplean como sustituto de los profesionales calificados? ¿Cómo puedo diferenciar un estado de tristeza o melancolía de una depresión? ¿Puedo hablar de mis problemas y dificultades con un chatbot? ¿Será capaz de oir y darme consejos? ¿Acaso puede interpretar mis estados de ánimo? ¿Opinaría o evaluaría a mi pareja, o mis relaciones amorosas?
En los niños pequeños, aunque le facilitemos el teléfono para jugar o entretenerse; estimulamos la sobre exposición a las pantallas de los dispositivos móviles o computadoras, con el consecuente aislamiento social, irritabilidad, trastornos del sueño, conductas disruptivas en la escuela o en el hogar, y bajo rendimiento académico. Inclusive han aumentado los casos de niños que muestran incapacidad para reconocer sus propios sentimientos o el de los demás, baja o ninguna habilidad de interacción social, y presentar períodos de depresión o ansiedad por el tiempo que pasan sin estar conectados.
En este sentido, es importante que los adultos estén atentos a ciertas señales de los niños como por ejemplo, ponerse de mal genio cuando le piden que termine la conexión o que realice otra actividad, que prefiera jugar con el dispositivo en lugar de compartir con otros niños o la familia, o que se aisle. Hay que tener presente los riesgos a los que se exponen frente a llamativas y coloridas redes de pedofilia.
Los adultos modelamos la conducta de los niños desde el hogar; procuremos establecer límites sanos privilegiando el compartir familiar y la realización de actividades al aire libre. Y tú que me lees, ¿Has contabilizado el tiempo que permaneces conectado?