Todas las personas desde pequeñas, experimentamos pérdidas a lo largo de la vida. Cualquier objeto de apego produce un duelo, aunque la intensidad y las características pueden variar en función del grado de vinculación emocional que exista con un objeto, un bien, empleo, vecindario, amigos, familia o pareja sentimental. El duelo es un proceso personal que depende de la propia naturaleza de la pérdida y las historias previas de cada quien.
La mayoría de las veces asociamos el duelo con la muerte; pero también las pérdidas pueden ser de distinta naturaleza, por ejemplo por procesos de enfermedad o de merma funcional entre otros. En estos casos existen estrategias y terapias que permiten ir gestionando gradualmente las pérdidas.
Los migrantes enfrentan un proceso de duelo que puede durar años. Dejar su hogar, su familia, sus amigos, por buscar nuevos horizontes y cambios de estatus profesional no resulta nada sencillo. La mayoría de las veces son víctimas fáciles de personas inescrupulosas mercaderes de la necesidad humana.
Las despedidas se viven en ambas direcciones, quien se va y quien se queda. No es fácil despedir a un ser muy querido, pero por el simple hecho de saber que estará en un lugar seguro y bien, con un mejor futuro, con grandes posibilidades de crecer personal y profesionalmente, hace que la despedida sea menos dolorosa.
Quien regresa después de haber estado muchos años fuera, observa y valora la realidad que dejó con otra perspectiva. Encuentra muchas cosas diferentes, algunas mejores y otras no tanto. El encuentro con el ser querido genera muchas expectativas en ambas partes. La distancia y el tiempo pueden causar que se debiliten los lazos afectivos; por eso es tan importante mantener el contacto siempre.
En estos casos, los teléfonos digitales y las computadoras han sido los grandes aliados para comunicarnos con quienes se encuentran lejos.