Migración y discriminación I

Pensé y reflexioné mucho antes de escribir esta nota; confieso que viví y presencié múltiples situaciones que me perturbaron mucho por lo que decidí dejar pasar unos días y tomar distancia para así encuadrar los hechos con otra perspectiva.

Mi niñez, infancia y adolescencia transcurrió en el barrio (agrupamiento social espontáneo) más hermoso de Catia: AltaVista, la pequeña europa. Durante el mandato de Eleazar López Contreras y posteriormente con Isaías Medina Angarita, se daría inicio a la modernización de Caracas durante la primera mitad del siglo XX luego de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez; crecen los urbanismos y se hace necesario ampliar las calles y crear avenidas que acerquen el oeste con el este; norte con el sur a fin de incorporarlos al desarrollo de la capital. Se planifica y proyecta la Avenida Sucre que uniría el oeste con el centro pasando frente al Palacio Presidencial de Miraflores para conectar con otras vías.

El Ministerio de Obras Públicas de aquél entonces comienza a ejecutar los movimientos de tierra y aplanamiento del terreno de la futura avenida Sucre; un polaco que trabajaba para el ingeniero Ochoa Palacios, lo convence de llevar la tierra removida y rellenar una pequeña colina en lo alto de la carretera vieja Caracas-La Guaira. Así nace AltaVista.

Se crea entonces un proyecto destinado a la construcción de viviendas unifamiliares originalmente destinadas a satisfacer las necesidades del sector obrero, y de una gran cantidad de inmigrantes de la Europa del Este que se desplazaron en busca de mejores condiciones de vida antes, durante y después de la II Guerra Mundial.

Decía que era el barrio más hermoso de Caracas, limpio, con edificios que no superaban los cuatro o cinco pisos, amplios, ventilados, bien iluminados con luz natural, con todos los servicios de aguas blancas y servidas. La población en su mayoría de origen eslavo, rusos, polacos, bielorrusos, ucranianos, checos, eslovacos, eslovenios, bosnios, croatas y serbios. Para mi era normal asomarme a la ventana y ver a los sacerdotes rusos de largas barbas con sombreros y sotanas negras. La primera Iglesia rusa de madera se hizo allí (hoy en restauración). Era el único barrio que tenía dos iglesias rusas, una ucraniana y una católica. En el edificio sólo habían dos familias venezolanas, el resto extranjero, tenía vecinos europeos. Con el tiempo llegaron españoles, portugueses, italianos, chinos, del medio oriente. Ni en mi edificio ni en el liceo jamás me sentí discriminada.

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